Un menú muy literario


Foto: Puzzle Factory, comida cubana 

Leyendo el cuento emblemático de la puertorriqueña Ana Lydia Vega, “Historia de arroz con habichuelas” (1982) donde confluyen gastronomía, literatura y política, me atrapa el pensamiento que la mesa cubana también se mira en el espejo gastronómico. Basta con recordar el almuerzo lezamiano o las incursiones culinarias de Mario Conde, "hijo" de Leonardo Padura.

   Es más, me parece que todos los géneros literarios caben en la mesa cubana. 
   Para los entremeses podemos servir la pasta de bocaditos, en los relatos cortos se ofrecen las frituritas de malanga y en el poema en prosa triunfa el cóctel de langosta. 
   En la novela histórica se degusta el arroz frito, en la novela pastoril brilla el tamal, en la novela sentimental se destaca el pollo cajío, en la novela policíaca desmarca un buen plato de camarones, y el representante máximo de la novela barroca es el ajiaco criollo. 
   Entre los platos fuertes también se pueden señalar el cantar del lechón asado con hojas de guayaba, la epopeya del potaje de frijoles negros, el romance de ropa vieja, la novela dramática de arroz congrí, la novela fantástica de yuca con mojo, el cuento de carne con papas, la novela de la tierra de fu-fu de plátano, la comedia de costumbres de platanito maduro frito y la sátira política de arroz blanco con huevo frito. 
   No podemos olvidarnos de la poesía de los postres: la canción popular de buñuelos, la oda al batido de mamey, el himno de casquitos de guayaba, el madrigal de dulce de fruta bomba, la balada de casquitos de toronja, el soneto de mermelada de mango y el rondeau de ponche de frutas. 
   Para terminar la velada no hay nada mejor que el epigrama de una tacita de café de producción nacional. 
   El broche de oro lo pone la modalidad de bebidas: el canto de taberna del ron de caña, la fábula en verso de crema de vié, la nana del daiquiri o la canción de amor del mojito.

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